El arquitecto reflexivo

Jordi Sánchez-Cuenca

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Resumen


Los arquitectos, en prácticamente todo el mundo, estamos educados en las universidades para traducir nuestra interpretación de las necesidades de nuestros clientes en composiciones espaciales abstractas y sofisticadas. También estamos educados para convertir lugares feos y caóticos en piezas geniales de arte moderno, y para comunicar nuestras ideas de espacio y soluciones técnicas por medio de un lenguaje gráfico urbano sofisticado. Estamos educados para creer que nuestros proyectos tienen el potencial de elevar el estatus social de nuestros clientes en el entorno social y urbano donde se ubican nuestras piezas maestras. Estamos educados para creer que, al hacer que nuestros clientes destaquen, nosotros también destacaremos, nos convertiremos en una referencia y seremos admirados por nuestros colegas competidores. Este es el poder que reside en nuestra profesión. Esto es a lo que aspiran la gran mayoría de los arquitectos: a crear proyectos estéticamente avanzados para clientes poderosos con quienes podemos escalar la escalera del estatus social. La realidad que los arquitectos vivimos parece ser ciega al hecho de que un tercio de la población urbana mundial, más de mil millones, vive en chabolas (Un-Habitat, 2008). Es decir, que viven en terrenos informalmente ocupados, sin seguridad de tenencia, en entornos peligrosos y sin derechos ni servicios sociales básicos. Más aún, de acuerdo con Un-Habitat (2008) , un 95% del crecimiento urbano en el mundo ocurre en forma de chabolismo. Hay una necesidad masiva de profesionales, incluyendo arquitectos y urbanistas, para ayudar a las autoridades locales y a los habitantes de dichos barrios a resolver esta crisis. La cuestión es: ¿Podemos, los arquitectos, aplicar lo que se nos ha enseñado en las escuelas de arquitectura? Si es así, descubramos cuál es el resultado.

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