El irresistible hipnotismo de la arquitectura tecnológica

Carlos Jiménez Romera

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Resumen


Aunque los nuevos materiales proporcionados por la revolución industrial empezaron a incorporarse a la arquitectura a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX (el primer gran hito sería el Crystal Palace de la primera Exposición Universal, de 1851), estos primeros intentos se limitaron en gran medida a sustituir a los materiales tradicionales en determinados elementos estructurales (más o menos ocultos a la mirada de los usuarios) sin modificar sustancialmente la arquitectura a la que se incorporaban. Fueron las vanguardias surgidas a principios del siglo XX, y especialmente a partir de la Primera Guerra Mundial, las que abrieron nuevas sendas para crear una arquitectura que aprovechara las propiedades de los nuevos materiales tecnológicos. El expresionismo permitió el surgimiento de arquitectos y arquitecturas nuevas, pero a la larga resultó una vía sin salida, tan centrada en el individualismo que fue incapaz de establecer un método; quedó para el conjunto de corrientes racionalistas el mérito de, no sólo crear obras apreciables, sino también definir un enfoque y una forma de trabajo para la nueva arquitectura. Probablemente la expresión de Le Corbusier, que aspiraba a convertir la vivienda en una «máquina de habitar», sea la mejor definición del nuevo método: la vivienda como producto industrial, planificado y ejecutado de forma racional y precisa. Este método respondía, en este caso, a una clara necesidad social: la superación del grave déficit residencial, resultado del efecto combinado de la destrucción bélica y del éxodo rural, así como la eliminación de situaciones antihigiénicas en las ciudades europeas. El nuevo método dio resultados magníficos mientras fue aplicado por los arquitectos de talento que lo definieron, pero terminó generando el denostado Estilo Internacional cuando se generalizó tras la Segunda Guerra Mundial.

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