La congestión vial: ¿problema o solución?

Màrius Navazo

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Resumen


Actualmente toda política de movilidad tiene que contemplar y tener como objetivo principal la consecución de tres aspectos fundamentales, presentes todos ellos en el marco legal de nuestro país: el cumplimiento del Protocolo de Kioto, la protección de la salud en términos de contaminación atmosférica y acústica y, por último, la garantía del derecho a la accesibilidad de todas las personas. Evidentemente, el interés por el cumplimiento de estos objetivos ha de compatibilizarse con otros como son la mejora de la competitividad económica del país, el aumento del confort y la seguridad de los desplazamientos, la mejora de la accesibilidad a los diferentes polos generadores y atractores de movilidad, etc.

Ante los objetivos mencionados, seguramente existirá un amplio consenso a la hora de afirmar que sólo un modelo de movilidad basado en los transportes colectivos y los transportes no motorizados puede asegurar su cumplimiento. Si es así, entonces también se estará de acuerdo en la necesidad de un cambio modal en las pautas de movilidad de nuestro país. Sin embargo, seguramente, ante el interrogante sobre cómo conseguir el mencionado cambio modal se iniciará la divergencia de opiniones.

Desde diferentes sectores está ampliamente aceptado que el camino hacia el cambio modal pasa necesariamente por estrategias push & pull. Después de muchas experiencias realizadas en Europa donde se han potenciado y promovido los transportes más sostenibles (estrategias pull, de atracción de usuarios), se ha concluido que este fomento no conduce a un modelo donde el coche tenga un peso menor si no se actúa paralelamente para conseguir reducir el uso del coche (estrategias push, de expulsión de usuarios). En este sentido, toman especial interés actuaciones que, a la vez que mejoran los transportes más sostenibles, reducen el espacio destinado al vehículo privado (introducción del tranvía, implantación de carriles bus o bici, peatonalizaciones, etcétera), así como el reconocimiento de la política de aparcamiento como una herramienta muy eficaz en el control del uso del coche.

Ahora bien, más allá de las actuaciones que se puedan implementar, es necesario tener bien presente un elemento que condiciona en gran manera la elección individual de las personas (o mejor dicho, de los conductores): la congestión vial. Ciertamente, a pesar de la divergencia de opinión en otros temas, se puede afirmar que existe un amplio acuerdo en el hecho de que los transportes colectivos son una verdadera alternativa al coche allí donde existe un entorno de congestión vial, gracias a la elevada demanda que aparece sobre los primeros. En definitiva, pues, aceptar la afirmación anterior significa reconocer que la congestión vial no sólo expulsa usuarios del vehículo privado, sino que a la vez convierte a los transportes colectivos en rentables y competitivos. Así, pues, ¿es la congestión vial verdaderamente un problema? Es evidente que nadie desea encontrarse en medio de una caravana, pero ¿puede solucionarse la congestión vial? Si no fuera así (aspecto en el que se centrará la atención más adelante), entonces es responsabilidad del planificador dejar de preocuparse por su eliminación para comenzar a entender la congestión vial como una aliada en la consecución de los retos actuales de la movilidad.


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