Ciudades y crisis de civilización
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Precisamente el gran éxito del proyecto de modernidad civilizatoria que nos ha tocado vivir estriba en su capacidad para apoyar sus fundamentos en valores que se suponen universales, trascendentes y, por lo tanto, ajenos a consideraciones espacio-temporales, y para vincularlos, con visos de racionalidad científica, a evidencias empíricas domesticadas que dan puntual cuenta de los logros del progreso prometido, a la vez que soslayan las consecuencias regresivas, no deseadas, que los acompañan. La ciencia económica ha desempeñado un papel fundamental en este juego reduccionista, aportando el núcleo duro de la racionalidad sobre la que se asienta el llamado "pensamiento único". Una vez sometido el mundo al yugo de ese "pensamiento único" guiado por una racionalidad económica servil al universalismo capitalista dominante, se ha podido postular a bombo y platillo la "muerte de las ideologías" y "el fin de la historia". La falta de pudor intelectual que subyace al manejo acrítico y desenfadado de tales afirmaciones, en un mundo intelectual que se supone informado, da cuenta de la impunidad con la que se desenvuelve el reduccionismo imperante cuando tales consideraciones parecen más propias de visiones paleocientíficas hoy trasnochadas: nos recuerdan ese supuesto "orden natural" inmutable, fruto de la creación divina, al que se consideraba sujeto el mundo antes de que Darwin construyera la teoría de la evolución. Curiosamente, en una cabriola intelectual sorprendente, semejante inmovilismo reduccionista suele venir aderezado con alardes de relativismo "postmodernista", para huir así de los problemas del presente.
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